El domingo recibí una buena noticia: el libro del teniente coronel dado de baja de Carabineros, Claudio Crespo, apareció como el primer best-seller entre los de no-ficción en El Mercurio. Su título: "G3: Honor y Traición", hace patente la lucha entre el bien y el mal en nuestro país. Se lee con incredulidad y deja un saldo de desesperanza, porque describe una colectividad que no apoya a quienes luchan contra el mal, sino que más bien los persigue. En cambio, a los destructivos, viciosos, violentos y transgresores los llena de garantías y ventajas.
Crespo pasó más de 400 días preso y está procesado y potencialmente condenado a doce años de presidio por haber usado la escopeta antimotines que el Estado le proporcionó para mantener el orden. Se le imputa haber alcanzado a un "primera línea". Él acredita que no fue su disparo el que le dio.
¿Qué te pasó, Chile? ¡Eras tan distinto cuando los civiles te recibimos de vuelta!
La realidad diaria de los encargados del orden deja la impresión de que el mal, en sus peores expresiones, ya está demasiado extendido y ha tomado ventaja. La conclusión es de que la violencia, el vicio y el delito tienen todas las de ganar.
Chile es, de hecho, un Estado fallido, porque ampara a los que hieren, matan y destruyen, mientras persigue a quienes ha impuesto la misión de combatir el delito, la violencia y el vicio. Mientras el Estado financia la defensa y la "protección" de los maleantes, entes pagados por el mismo Estado procuran que los carabineros sean condenados. Chile es un país suicida.
Desde luego no es un "estado de derecho" (mala traducción del inglés original, rule of law, es decir, "la ley manda"). Acá "el delito manda". Un facineroso dispara al policía con una escopeta. Éste se salva sólo gracias a su chaleco antibalas, pero ¡no puede usar su arma de servicio para responder! Pues cuando lo hace es sometido a proceso como "violador de derechos humanos". Esto es ilegal, porque en derecho rige el art. 410 del Código de Justicia Militar, que dice: "Será causal eximente de responsabilidad para los Carabineros el hacer uso de sus armas en defensa propia o en la defensa de un extraño al cual, por razón de su cargo, deba prestar protección o auxilio".
Cuando los "okupas" o drogadictos son "buenos" no usan armas de fuego, sino bolsas plásticas con orines y frascos con excrementos con los cuales cubren a los policías. Estos suelen contagiarse de sarna en los pútridos recintos que deben recuperar. Y luego pasan meses procurando desinfectarse. Cuando al fin sanan deben defenderse de jueces y fiscales que los persiguen.
El peor el problema es que, en el hecho, no rigen las leyes vigentes. Para empezar, jueces y fiscales no las respetan. Los políticos miran para otro lado cuando se violan en perjuicio de los uniformados o cuando los carabineros son "dados de baja". Tampoco nuestros uniformados activos se dan por aludidos y no se detienen a rescatar a sus "caídos tras las líneas enemigas", ni siquiera cuando en los penales sufren las peores discriminaciones carcelarias.
La "doctrina Schneider" de 1970 decía: "Hacer uso de las armas para asignarse una opción implica una traición al país". Esa era la parte más citada, pero luego agregaba textualmente: "La única limitación para este pensamiento legalista está en que los poderes del Estado abandonen su propia posición legal. En tal caso, las fuerzas armadas, que se deben a la nación, que es lo permanente, más que al Estado, que es lo temporal, quedan en libertad para resolver una situación absolutamente anormal y que sale de los marcos jurídicos en que se sustenta la conducción del país".
La judicatura y los políticos se han arreglado para "abandonar su propia posición legal" muchas veces desde 1990 y no ha pasado nada. La doctrina Schneider parece derogada por falta de aplicación. Sólo el voto popular ha contenido a los partidos en sus ansias de arrasar con todo.
Entretanto, a diario la ciudadanía sana ha sido salvada de lo peor por Carabineros. Leyendo cómo se les ha pagado, sólo se puede concluir que este país, de tanto halagar al mal y proscribir al bien, ya no puede albergar muchas esperanzas de volver a ser lo que fue.